En las dos últimas décadas, la presencia de China en Iberoamérica ha pasado de ser marginal a convertirse en un eje central de las relaciones económicas de la región. Según datos recientes, en 2024 el intercambio comercial superó los 520.000 millones de dólares, consolidando al gigante asiático como el segundo socio comercial más importante, solo por detrás de Estados Unidos.
Esta cifra no es únicamente un dato económico: refleja un cambio estructural en la geopolítica y la economía global, en el que Iberoamérica juega un papel cada vez más relevante como proveedor de recursos, mercado de consumo y, crecientemente, como plataforma industrial.
De las materias primas al salto industrial
Durante los primeros años del vínculo, el comercio entre China e Iberoamérica se ajustaba a un patrón clásico: la región exportaba materias primas (soja, cobre, petróleo, litio) y recibía a cambio manufacturas chinas de bajo coste. Este modelo generó crecimiento económico, pero también críticas, al considerarse una reproducción de los esquemas coloniales de intercambio desigual.
En la última década, sin embargo, se observa un viraje. China ha comenzado a instalar plataformas productivas en Iberoamérica, especialmente en sectores estratégicos:
- Automoción eléctrica: empresas chinas como BYD o Chery invierten en Brasil y México para ensamblar coches eléctricos, aprovechar incentivos locales y acercarse al mercado estadounidense.
- Energías renovables: compañías chinas participan en megaproyectos solares en Chile, parques eólicos en Argentina y proyectos de hidrógeno verde en Uruguay.
- Telecomunicaciones y tecnología digital: Huawei y otras empresas lideran el despliegue de redes 5G y centros de datos en varios países de la región.
Esto marca un paso hacia una relación más compleja, en la que no solo hay comercio, sino también flujo de capital, tecnología e infraestructura.
¿Una asociación equitativa?
Aquí surge la pregunta clave: ¿estamos ante una alianza estratégica en condiciones de igualdad o simplemente ante una nueva versión del viejo patrón extractivo?
- Oportunidad: La llegada de capital chino puede acelerar la industrialización, modernizar sectores clave y diversificar las fuentes de financiación, reduciendo la dependencia de instituciones tradicionales como el FMI o el Banco Mundial.
- Riesgo: La región puede quedar atrapada en una dinámica de dependencia tecnológica, donde los procesos de innovación, las patentes y el control de las cadenas de valor sigan en manos chinas, mientras Iberoamérica continúa como exportador de recursos y ensamblador de productos.
Un juego geopolítico más amplio
Además, la creciente presencia china en la región no ocurre en el vacío. Estados Unidos, históricamente el socio dominante en Iberoamérica, observa con recelo esta expansión. La competencia entre Washington y Pekín por influencia en la región abre un nuevo tablero geopolítico, en el que los países iberoamericanos podrían ganar margen de maniobra… siempre que sepan gestionar sus relaciones con inteligencia estratégica.
Retos y caminos posibles para Iberoamérica
Para no repetir errores del pasado, la región debería:
- Asegurar transferencia tecnológica real en cada inversión estratégica.
- Fortalecer las cadenas de valor locales, evitando convertirse en meros receptores de plantas de ensamblaje.
- Diversificar socios internacionales, equilibrando la relación con China, Estados Unidos y Europa.
- Invertir en educación, innovación e investigación propia, para aprovechar la ola de capital extranjero como palanca de desarrollo interno.
Conclusión
La relación entre China e Iberoamérica se encuentra en un punto de inflexión. Los próximos años serán decisivos para determinar si este vínculo se convierte en una oportunidad de modernización y autonomía regional, o si reproduce los viejos esquemas de dependencia y desigualdad.
Lo que está claro es que el protagonismo de China seguirá en aumento, y la pregunta no es si Iberoamérica participará en este proceso, sino cómo elegirá hacerlo y con qué grado de soberanía.